
Era una tarde coloreada: naranjas mezclándose con amarillos que se volvían violetas para confundirse con el celeste que invitaba a soñar.
El agua llegaba tranquila, el atardecer se intuía hermoso, igual era consciente del eclipse que se avecinaba. Los ánimos seguían algo confusos.
Paseaba inmersa en sus pensamientos intentando relajar su mente mientras se perdía en el horizonte que se mezclaba en una línea azul.
Intentaba no pensar, no soñar, únicamente recordar los momentos más bellos de su vida, los antiguos, y los presentes. Los reales y los soñados, los que fueron y los que podían ser.
Se descalzó para sentir la arena a sus pies y conectar de alguna manera con algo que no le dañara, sentir la Naturaleza en estado puro, sin palabras, sin pensamientos. Miraba fíjamente al mar, no se veía más que agua, afortunadamente, los edificios quedaban a su espalda. La vista era relajante. Su vista empezó a perderse en la lejanía, los ojos fueron los primeros en agradecérselo, estaban cansados de tanta humedad sentida en estos últimos tiempos.
Las olas morían pausadas en la orilla, apenas había espuma. Automáticamente se descalzó, y se adentró en el mar. Tarareó un trocito de canción que le vino a la mente ahi, a la orillita del mar... pero el frío del agua le estremeció. No era tiempo de baños en pleno mes de febrero, pero asimiló ese frío que se apoderaba de sus pies.
Dudó un instante en salir para secarse, pero vio que no tenía toalla, sólo había ido a dar un paseo, y los impulsos le hicieron mojarse sin pensar en las consecuencias. Se acostumbraría a ese fresquito. El contacto le venía bien.
Siguió caminando sintiendo cada ola en sus piernas, y conforme avanzaba, esos escalofríos se tornaron agradables, cálidos, se acostumbró en pocos pasos a esa sensación.
Era agradable abandonarse a los sentidos, a los instintos primarios dejando la cabeza con poca actividad.
Hacía tiempo que no se sentía así, oscurecía y decidió volver. Pero lo hizo despacio, dejando que el aire, ya fresco de la noche, le inundara su rostro mucho más relajado.
Fue un atardecer especial. Decidió en ese momento aceptar las cosas como son y disfrutar de cada instante, de cada soplo, de cada guiño. No esperaría nada más. Sólo lo que la propia Naturaleza le ofrecía y que a menudo no vemos.
Si. El aire fresco le refrescó sus pensamientos y comprendió.