domingo, 16 de marzo de 2008

domingo

Nació en unas tierras húmedas, frescas y muy verdes. Vivía sin pensar mucho, tenía su casa a mano, comida en abundancia y pocas cosas que hacer.
Le encantaba cuando llovía, al refrescar, solía salir a pasear y a aspirar ese olor que desprende la tierra mojada, la hierba, la vida. Era feliz: esa tarde había llovido y saldría a pasear. De repente un torbellino le vino encima, le dio la sensación de volar, ni tan siquiera miraba al suelo por miedo a caerse. Estaba desconcertado y decidió enroscarse para no mirar. Atrás quedaban los paseos al atardecer. Jamás volvió a repetirlos.

Pasaron los meses y casi ni se despertaba, abría los ojos y se encontraba alguna ramita de romero, su visión era romboidal. La nueva existencia era tremendamente aburrida pero no podía hacer nada al respecto.

El día de su liberación se acercaba, el sol era tibio, domingo, día de paella. De repente sintió por fín un poco de humedad a su alrededor. Salió de su caparazón, y vio que no estaba solo. Otros, como él, salían del aletargamiento forzado. Su cuerpecillo empezó a estirarse, trepando por sus compañeros, alargando sus cuernecillos ante ese calorcillo que empezaba a quemarle.


No entendía nada.

Recordó sus juegos en el campo,
cuando sólo se estiraba por placer.


Pero ahora era
supervivencia...

Se estiraba y se estiraba pero no podía escapar. Y así se quedó.

- Están bien engañados esta vez, ¿eh?
- Si. Trae los caracoles que los ponga en el arroz ya.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Que crueldad, verdad?
Yo nunca como caracoles, me caen simpaticos y ni siquiera los cocino, no soporto meterlos vivos a la cazuela.
Besos

Divagando dijo...

yo tampoco, pero aqui es costumbre, (en Valencia). Morir así, uf.. en fin. besitos guapa.